¿Y mi parry? | Análisis de Senua’s Saga: Hellblade II

Si hay que quedarse con una única palabra para definir Hellblade II, es espectacular.

Los que leyerais mi análisis al anterior juego de Senua recordaréis una de las mecánicas que más me sorprendió -para bien- que estuviera presente: el parry. Dentro de un juego que uno esperaría que fuese la típica peliculita y donde el peso sin duda recae en el apartado narrativo, me resultó francamente refrescante encontrarme con una experiencia que era, además, bastante competente en lo jugable. Leyendo el título ya os estaréis haciendo una idea, pero os resuelvo las dudas; Senua’s Saga: Hellblade II es un videojuego que, como video, no tiene rival, pero, como juego, meh.

Aun así, es un hecho evidente que dos es mayor que uno, y Hellblade II lleva ese número por bandera. Empezando por el principio, volvemos a estar ante un juego mayormente narrativo, centrado ya no tanto en la historia de la propia Senua (pues eso ya quedó cerrado en la primera parte) pero sí continuando con su mundo y con la misma protagonista que tanto nos encandiló allá por 2017. Esta narrativa se salpica de vez en cuanto con puzles y con combates. Hasta aquí todo es igual, la estructura más fundamental del juego se ha conservado, pero, como decía, dos es mayor que uno.

Hablemos del elefante en la habitación. Si hay que quedarse con una única palabra para definir Hellblade II, es espectacular. Espectacular en todo lo que tiene que ver con los sentidos del jugador. Lo que antes fuera un coro de voces en nuestra cabeza se convierte ahora en un orfeón. Donde otrora contábamos con un combate humano y pesado, ahora la cosa es, además, apabullante. Y lo que fueran gráficos más que competentes en su día, han pasado a ser, gracias a años de esfuerzo, los mejores gráficos que existen en consola. Sí, así de alto y así de claro, no he jugado a nada en una consola que se viera mejor que este juego. Cada roca, cada sendero, cada estanque y, por supuesto, cada personaje, libran una encarnizada batalla contra tus ojos para intentar convencerte -casi consiguiéndolo en muchos casos- de que no estás jugando, que eso tiene que ser una cinemática, pero la respuesta siempre es la misma: no hay cinemáticas en este juego, pero todo se ve de cine. Y la cosa no se queda ahí, la palabra «espectacular» lleva consigo otra: espectáculo. El combate es ahora quien tiene la responsabilidad de cumplir con este término, y lo hace con enfrentamientos donde siempre lucharemos uno contra uno, donde todos y cada uno de los masillas se sienten como el enfrentamiento final de otros títulos, donde cada ejecución da pie a una transición loquísima e increíblemente animada y dirigida que nos traerá al próximo soplagaitas. Si habéis visto algún vídeo del juego ya lo tendréis claro, y si sospechabais que aquellos planos, esos juegos de luces y sombras, las batallas tan absolutamente, de nuevo, espectaculares, eran algo scripteado, me alegra informaros de que no, que eso, se juega.

Sin embargo, eso es lo que menos hacemos durante las escasas seis horas que dura nuestra aventura: jugar. La apuesta de Hellblade II, sobra ya decirlo, está en lo apabullante de su apartado visual, de presumir de un brazo técnico sin parangón hasta ahora. No obstante, esto trae consigo una serie de concisiones que pueden no sentar bien a quienes busquen, valga la redundancia en un videojuego, jugar. Los puzles en esta segunda entrada son más o menos los mismos que en el original (aquello de encontrar símbolos) pero esta vez aparecen incluso menos y lo hacen casi siempre, sin saber aportar valor, motivo, interés ni variedad. Muchas veces los puzles en los juegos de andar tienden a ser relleno y no transmitir mucho, pero Hellblade II adolece este problema de forma tremendamente notable. El combate, por su parte, sí, es mucho más vistoso (y hay que decir que como secuencia jugable es de volverse loco de lo bonito que es) pero lo cierto es que tiene menos capas que el del juego original. Hemos perdido opciones ofensivas, y los propios enfrentamientos serán ahora siempre de uno contra uno, limitando muchísimo las situaciones. El combate parece estar ahí más para que lo veas que para lo juegues. Hay que decir que el parry no ha desaparecido, no, pero sencillamente ya no hay muchos motivos para usarlo en primer lugar.

Me cuesta decidir si Hellblade II es o no un juego mejor que su predecesor. Quizá sigo bajo los efectos pseudo-narcóticos que supone meterse por los ojos semejantes graficazos, pero siento que, pese a ser, otra vez, mucho más espectacular, esta secuela pierde en casi todo lo demás. La historia personal del primero da pie a otra más estándar en la secuela, donde la psicosis de la prota pasa, paradójicamente, a segundo plano. Los puzles variadillos del primero han casi desaparecido aquí, y los que quedan no terminan se saber cuajar y de no sentirse relleno. El combate es de enmarcar, pero como con los cuadros, mucho más que mirarlo, no puedes hacer.  ¿Mejor o peor? Mmm. Depende de qué te guste, imagino. Jobar, son dos juegos tela de raros, qué queréis que os diga. Hellblade II tiene los mejores gráficos que existen, una dirección de escándalo y pocas personas podrán cerrar la boca mientras juegan. Sin embargo, obligarme a plantearme el verbo «jugar» me hace arquear un ceja.

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Autor

Por Miguel

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