Dedicado a Joel, que, como casi siempre, solo me recomienda series buenas.
Anduvimos
Es curioso lo mucho que llegó a cambiarte esa centésima parte
La elipsis. Qué hermoso recurso literario, aunque a mí lo de saltarse palabras no me parece de escribir especialmente bien, la verdad. Yo prefiero la variante de celulosa, de imágenes en acción, la del (e imagínense un cigarrillo) cine. En Frieren: Tras finalizar el viaje — porque los títulos en japonés son terribles — la elipsis es casi la estructura fundamental de toda la serie. Primer capítulo, «El final de la aventura», caramba, cualquiera diría que es un nombre raro para el inicio de una serie. Los cuatro héroes: Himmel, Heiter, Eisen y, por supuesto, Frieren, han vivido ya una aventura inolvidable, de esas que escriben leyenda, que pasan a los anales de la historia, que transforman a sus protagonistas en mitos y que, vaya por Dios, nos la hemos perdido. La gran odisea de los cuatro legendarios héroes ya ha terminado para cuando nosotros llegamos. Primera elipsis.
Uno pensaría que, bueno, si nos lo hemos saltado, si hemos recurrido a la elipsis, es que tan importante no era. Eso es lo que piensa, precisamente, Frieren. Al terminar este primer viaje, lo único que se le pasa por la cabeza a la elfa es lo poco que ha durado el trayecto, la poquita sustancia que, al menos en apariencia, ha tenido su viaje. «Esto solo ha sido una centésima parte de mi vida». Y de la misma forma, observando la lluvia de estrellas y quedando en repetir la experiencia dentro de (¡ojo!) cincuenta años, vivimos la segunda elipsis. Himmel ha pasado de ser un héroe joven, apuesto y protagonista de Shonen a un anciano calvo como una sepia. Heiter, el vivaracho clérigo, es ahora un místico de respeto, y Heiter, que mucho no cambia que digamos, está simplemente cascado. Cincuenta años, toda una vida para algunos, pero solo un instante, sin apenas importancia, para Frieren. Las elipsis siguen siendo su perspectiva, una visión ciega del mundo, que ignora el paso del tiempo de los demás, pues el tiempo de uno parece infinito.
Os seré sincero, la primera vez que vi este capítulo, esta reflexión no me pareció natural. ¿Quién va a creerse que diez o cincuenta años son poco? ¿Qué sentido tiene que el espectador experimente ese salto temporal a fin de meterse en la protagonista cuando la realidad que se expone es imposible? En las notas que fui tomando de la serie conforme la veía, apunté: «Una reflexión del paso del tiempo que no cala». Y, sin embargo, por irreal que pueda parecer, no hay nada más humano que esas elipsis. Porque Frieren, al igual que le puede pasar a cualquiera, no aprecia lo que ha vivido. No se para a considerar la importancia, el peso que ha tenido el viaje en su vida, y así, el tiempo pasa, no le importa nada ni nadie, y, al final, la gente se muere.
La primera vez en toda la serie donde nuestra taciturna protagonista deja entrever alguna emoción potente es tras la muerte de Himmel, donde, entre lágrimas, esta se lamenta de no haberle conocido mejor (¡no te jode!). Y aquí, la elipsis, ese recurso tan socorrido por la serie hasta ahora, desaparece de la ecuación, pues Frieren empieza a atesorar lo que vive, a tratar de apreciar los pequeños momentos, las cosas efímeras, lo finito, pero que no por ello puede dejar de ser lo más hermoso del mundo.
Andamos
En mis recuerdos más felices, aparecéis siempre vosotros
El tiempo de pronto se detiene. O más bien, empieza a ir al ritmo que uno esperaría. Ya no hay saltos locos de medio siglo ni gente que la palma de golpe, ahora Frieren quiere conocer personas, quiere atesorar esos momentos, quiere hacer un esfuerzo por ser mejor. Es aquí cuando Heiter, a quien ya le quedan pocos sermones que dar, le pide a la elfa que entrene a Fern, una huérfana (esto de no tener padres es algo sorprendentemente recurrente en la serie) a la que rescató momentos antes de suicidarse. Frieren, que intenta mejorar, pero muy bien no le sale, le dice que no, que sería un estorbo. Entonces, Heiter engaña a nuestra protagonista para hacerle perder unos añitos de nada y… ¡pam! Ya tenemos a una Fern más que capaz de perforar piedras con su magia y que, ahora sí, puede ser una compañía útil para Frieren. Hemos pasado de elipsis de cincuenta años a solo seis, no está mal.
Es aquí cuando empieza el segundo viaje de Frieren. Por más que la serie se llame «tras finalizar», la realidad es que lo que importa arranca ahora. Donde antes se nos ponía en los ojos de la elfa, con esos saltos abruptos, ahora vamos con Fern. De pronto, pasarse en un pueblo buscando unas flores azules durante años no es un plan razonable. La vida sigue, y el tiempo de los demás no es infinito. Y, sin embargo, la serie no se limita a darse la vuelta, a decir que «Ahora tocar vivir al máximo, ¡Carpe Diem!». En su lugar, comprendemos a Frieren, vemos que hay que saber dedicar tiempo a aquello que importa y que, sí, vamos a estar otra semana buscando esas flores azules. Unas flores azules que son mucho más que flores, son el recuerdo de Himmel, las memorias de aquel viaje que siempre veremos en paralelo al actual, aunque también siempre tras ese filtro que nos grita que aquello ya sucedió, y que ahora estamos a lo que estamos. Encuentran las flores. Y Fern, a la par que el espectador, entiende. Y Frieren, tras las quejas de Fern, también entiende. Elfa, humana y espectador se aúnan en esa comprensión del valor del tiempo, de lo importante de lo efímero, sí, pero también de dedicarle un rato a las cosas, del fuego lento. Esa mutua comprensión, esa compenetración que ya nunca se romperá es lo que les permite derrotar al mago aquel que inventó el Zoltrak. Un hechicero que ni siquiera el mismísimo Himmel pudo vencer. Ese mismo enemigo que, en apenas ochenta años, se disuelve en polvo ante el ataque de una niña de dieciséis años, pues ochenta años son mucho tiempo, algo que el mago no comprende, pero que Frieren, por fin, sí.
Os sorprenderá saberlo, pero solo hemos recorrido los primeros tres episodios de la serie. Lo cierto es que Frieren: Tras finalizar el viaje, va de más a menos. Sus primeros capítulos están llenos de mensajes, de cosas que contar, de impresiones que transmitir. Recordarán también la ocasión en la que Frieren le regala a Fern un pasador por su cumpleaños, ese momento donde intenta conocerla mejor. Y por supuesto, es ahora cuando conocemos a nuestro tercero en discordia, un chico la mar de salado llamado Stark (sobra decirlo, huérfano).
Junto con este personaje llega una nueva reflexión. Un nuevo mensaje que la serie quiere contar: el valor. Otra cita: «Este mismo miedo es el que me ha traído hasta aquí». Stark es un cobarde. Un guerrero al que le tiemblan las manos cuando tiene que combatir, que, si pudiera, no lo haría. Pero, a pesar de ello, cumple. Lucha, y, sorprendentemente, vence. Eisen habla de qué significa ser valiente, y desde luego no es no tener miedo. Al igual que el dicho aquel sobre la limpieza, no es valeroso quien no teme, sino quien teme y se enfrenta a ese temor. ¿Que qué relación tiene esto con todo aquello de los pequeños momentos? Pues no mucho, pero no importa. No importa, porque Frieren ahora tiene un nuevo compañero, un nuevo recordatorio del viaje que vivió, de aquella epopeya que busca replicar para comprender mejor a los que formaron parte. A lo largo de estos capítulos seguimos viendo la historia pasada, escuchando las reflexiones de Himmel, las tonterías de Heiter y la extraña sabiduría de Eisen. Una historia que el propio espectador empieza a encontrar tan mística como los habitantes del mundo de Frieren.
Y entonces, Himmel no sacó la espada.
Las historias nunca son como las recordamos. Lo pasado siempre adquiere un tinte indeleble de nostalgia, de algo que nos grita que, como decía la canción, cualquier tiempo pasado fue mejor. Esos pequeños momentos, esa historia que Frieren busca revivir no fue perfecta, pues nada lo es. Y aunque aquí uno podría quedarse planchado ante una visión tan pesimista, la serie, de nuevo, sabe hacerse parry a sí misma. «Ser verdadero o falso no tendrá ninguna importancia». Un viaje perfecto es uno que solo nos podemos imaginar. Sin embargo, nuestro viaje, es uno lleno de defectos, de meteduras de pata, de malas decisiones. De todo aquello que le da forma, que lo hace único y valioso de recordar y atesorar. Frieren no quiere recordar las leyendas que se cuentan de ella y la compañía, no le interesan las estatuas, los cuentos, las fábulas. Le interesa lo que realmente ocurrió, su viaje, su aventura con Himmel y los demás. Ahí, ser verdadero o falso no tiene, en efecto, ninguna importancia.
Esa filosofía es la que acompaña al viaje que ahora andamos. Cada capítulo, al menos en esta primera parte, son eso, historias, cuentos, fábulas que sabemos que en un futuro se contarán, pero que, ahora sí, experimentamos de primerísima mano.
Andaremos
Nos avergonzaríamos cada vez que nos reencontrásemos
No voy a entrar mucho en detalles sobre la segunda parte de esta primera temporada de Frieren. El examen de acceso al primer nivel es sin duda interesante desde el punto de vista más lúdico de la serie, pero parece más un giro de timón en lo que a mensaje se refiere (aunque se sigue haciendo énfasis en todo lo presentado hasta ahora). Esta segunda parte se nota que quiere preparar el terreno para una segunda temporada, lo cual me parece fantástico, pero vuelve un poco menos profunda la moraleja extraída durante la primera parte.
Aun así, lo importante de este tramo es que incluye el final de la primera temporada de la serie. Incluye la despedida de nuestro grupito de héroes de muchas personas que han conocido y que, quizá, vuelvan o no a ver de nuevo. Según Himmel, sin duda nos veremos, y por eso despedirse con mucha pompa, pues no toca. Mientras sigamos en el viaje, seguro que nos encontramos de nuevo.
Termino, que ya va tocando, con la propia Frieren. La primera vez que describí a este personaje lo hice como «sota». Alguien soso, sin mucho que decir, poco expresivo, callado, etc. Frieren es, indiscutiblemente, una sota. Lo es casi siempre, con su tono plano, su rigidez facial y su carencia de sentido común. Un arquetipo de personaje muy propio del anime, quizá por influencia cultural de japón, un país donde mucha gente tiende a ser un poco sota. Sin embargo, al igual que me pasaba con Shinji en Evangelion, pocos protagonistas son capaces de hacerme tan feliz cuando los veo sonreír, cuando veo que la situación les hace cambiar esa forma de ser que siempre muestran. La historia de Frieren, al final, va sobre ella misma, y esa evolución, palpable sobre todo tras volver a ver el primer capítulo una vez se termina la serie, es la verdadera recompensa de este viaje. Frieren es una sota, pero de todos los palos, es la sota de oros.
El viaje continúa, y quizá la segunda temporada de esta serie resulta ser un descalabro que rompe todo lo que tan cuidadosamente se ha construido aquí. Espero que no sea el caso. Frieren: Tras finalizar el viaje, nos habla de los pequeños momentos, de apreciar lo breve, de darle valor a las personas y las vivencias que nos rodean. Nos habla del coraje, de las amistades, de la familia, del amor. Habla de mucho, y lo hace con una protagonista profundamente callada. Ese silencio atronador que suena cuando caminamos, dando un paso tras otro, pero en compañía, todos en silencio, juntos. No os voy a dar una gran despedida porque, sin duda, volveremos a vernos dentro de no mucho, cuando os suelte la chapa con la segunda temporada. ¡Qué vergüenza si no!
«¿Quién va a creerse que diez o cincuenta años son poco? […] cuando la realidad que se expone es imposible?»
Mi putisimo colega no ha visto una tortuga en su vida.