Levantarse de la silla | Análisis de Escuadrón y reflexión sobre la lectura
Tú tienes que aspirar a algo más elevado. Reclama las estrellas.
La retrospección idílica es un fenómeno por el cual las personas tendemos a recordar de forma más agradable el pasado. Juzgamos los eventos y experiencias ya vividas de forma desproporcionadamente positiva con respecto a cómo juzgamos el mismísimo presente. Cuando empecé a releer Escuadrón de Brandon Sanderson, se podría decir que me veía bajo los efectos de esta ilusión. Tenía un recuerdo extremadamente dulce sobre lo que había sido ser testigo de cómo nuestra querida protagonista, Spensa Nightsade – peonza – daba sus primeros pasos en la academia de vuelo. Precisamente por eso me he lanzado hoy al teclado. Porque, pese a este fenómeno, pese a saber que lo que iba a leer ya era una experiencia formidable y arriesgándome a que ese exquisito recuerdo se debiera a la retrospección idílica, Escuadrón me ha gustado más aún si cabe en esta relectura.

El típico ejemplo de elitismo absurdo. ¿O es que acaso no se puede leer una novela en el móvil? Pamplinas.
Aviso de lo evidente, y es que vienen spoilers. Voy a tratar de evitar los giros importantes, pero sí que voy a hacer mención a toda la trama en general para dar a entender la idea que os quiero transmitir: la emoción de la lectura. Siempre digo que, por desgracia, parece que el mundo moderno percibe la lectura como una actividad «intelectual» y «elitista» como si fuese algo que solo la gente sabia y respetable hace. Ver la lectura, en definitiva, como vemos leer el periódico. Esta visión tan presuntuosa me toca las narices. Todo este movimiento cultural que compara leer con beber dos litros de agua al día, apelando que ambas actividades son buenísimas y que, sin embargo, leer en Twitter es una actividad de borregos, lo único que consigue es que todavía más gente se aleje de los libros, que los perciban con ese elitismo que los distancia y les hace sentir que esto no va con ellos, que hablamos de algo aburrido, cuya única finalidad es la de aprender como si esto fuera un examen y que, caramba, es tontería leer. Por esto hoy vengo a reivindicar lo contrario. Los libros no sirven para aprender. Las personas no «estamos formadas por un trocito de cada libro que leemos». La lectura no es una actividad sana o positiva de forma intrínseca. Leer un libro no es mejor que ver una película. O, si sí es todas estas cosas, lo es de la misma forma que un videojuego, una serie, una canción o, en resumidas cuentas, cualquier otro hobbie.
Porque la lectura no es más que eso, un hobbie, un divertimento para hacer lo que mejor se nos da a los humanos: matar el tiempo. Una forma de evadirnos de la realidad y ser testigos de la historia de otras personas, de mantenernos entretenidos con sus ocurrencias y con lo que sucede con su vida en general. Por supuesto siguen existiendo los casos donde los libros sirven para aprender y culturizarnos, pero de la misma forma, existen los documentales. Es importante que separemos las distintas expresiones de un medio de su definición misma.
Pero estábamos hablando de Escuadrón ¿no? Sí, pero antes era importante entender que leer es lo mismo que jugar a un juego, una forma de entretenerse. Y es importante entenderlo porque sino, sé de buena tinta que la mayoría de personas que lean este texto no tienen ninguna intención de leer libros. Vaya, sin ir más lejos, exceptuando unos pocos amigos con los que tengo un club de lectura, todas mis otras amistades me miran incrédulos cada vez que les digo que dedico una hora al día a leer. Como si no fuese lo mismo que dedicar una hora a jugar al Lol.
Y es que esa emoción sí la entendemos. La emoción de ver una serie o de jugar a un videojuego se ha convertido en algo tan extendido que nos parece normal y sí lo percibimos como una actividad de esparcimiento, mientras que seguimos viendo la lectura como algo pesado, que no es compatible con nuestra idea de descansar. Ahí es donde os equivocáis enormemente. Escuadrón es emocionante, es ilusionante y, como cualquier libro bueno, un descanso más que bienvenido y que sigue reivindicando mi amor por la lectura. Y ahora sí, aclarando el tremendo problema social que tenemos con la lectura, podemos empezar a hablar del libro.
Como decía el principio del texto, la primera entrega de la saga de Spensa me ha resultado sublime. Aun recordando buena parte de la historia y los giros principales, el libro, en esta segunda ocasión, ha sido capaz de sorprenderme y de conseguir el que es para mí el mayor mérito al que cualquier obra literaria puede aspirar: levantarme de la silla. Escuadrón es como un buen cocido, se va trabajando poco a poco, a fuego lento. La historia de Spensa se va construyendo sin grandes sobresaltos ni grandes prisas. Los eventos se suceden de la misma forma que lo harían en la vida misma, con sus días más rutinarios y sus momentos más trascendentales y especiales. Escuadrón no tiene prisa en hablarte de cómo funciona el universo, qué son esos enemigos misteriosos a los que se enfrenta la humanidad o qué demonios pasó con el padre de Spensa. Todas esas explicaciones llegarán, pero antes hay que hacer el examen de vuelo, hay que ir a clase, hay que volver a la cueva a descansar y, en definitiva, hay que vivir. Si se me permite la concesión, Persona es lo que se me viene a la mente.

Imagen de la portada inglesa de «Escuadrón».
Que no se confunda el fuego lento con el aburrimiento. Hablaba antes el mérito de levantarme de la silla – que luego hablamos de eso – pero otro mérito casi tan notable como ese es conseguir que el mejor momento del día sea la hora de leer. Lograr que cada mañana que me levanto con el atronador y descorazonador sonido del despertador todo valga un poquito más la pena porque sé que al llegar a casa voy a poder ser partícipe de un trocito más de la vida de Peonza. El libro no se construye a partir de sobresaltos, casi ningún libro de Sanderson funciona así, pero siempre consigue mantenerte con ganas de más, con esos diálogos, esas situaciones y esa trama de la que no puedes evitar engancharte.
Sí, trama. Quienes leyerais mi ensayo sobre Suzumiya Haruhi recordaréis eso de las dos formas de contar historias. Brandon es más de trama que de personajes, y, si bien Escuadrón no es la excepción, quizá es el libro donde es más difícil verlo, pues se alcanza un equilibrio ejemplar. La trama es soberbia y está preparada con una inteligencia nada nueva pero siempre sorprendente, eso es de perogrullo, pero aquí lo notorio son los personajes. Tenemos, por supuesto a Spensa, nuestra valerosa protagonista, de quién no voy a profundizar porque prefiero que lo hagáis vosotros. Están todos los demás compañeros de clase, cada uno con sus rarezas, sus orígenes, sus aspiraciones y sus deseos. Todos ellos dan la típica sensación de que van a ser muchos nombres que memorizar cuanto te los presentan en el primer capítulo, la misma forma en la que se tiene que sentir Peonza. Y, sin embargo, poco a poco, capítulo a capítulo, os garantizo que eso cambiará. Mencionar por último a Cobb, el veterano instructor de vuelo y mi personaje favorito de este libro. Uno de esos personajes que ya hemos visto, un cliché andante, pero que es capaz de encontrar su lugar de una forma muy especial y acabar, al menos en mi opinión, convirtiéndose en uno de los personajes más profundos del libro. Me quedan muchas personas en el tintero, pero, una vez más, no os quiero robar la experiencia de conocerlos por vosotros mismos.
Tampoco os quiero robar más el tiempo, así que tocamos el último palo: levantarme de la silla. Como ya he dicho, el mayor mérito al que puede aspirar un libro. Así es en mi casa al menos. Se complica hablar de esto sin destripar qué hizo que me levantase de la silla, pero os lo resumiré. Si bien el grueso de la historia se cocina a fuego lento, la parte final de esta novela es el momento de dorar la cebolla. Subir el fuego al máximo para dar el remate y servir el plato. Las últimas páginas de Escuadrón son bestialmente emocionantes. Fijaos que yo, sabiendo lo que iba a pasar, no pude evitar que el pecho me aporreara como un tambor en los últimos compases de la novela. De nuevo, el no querer destripar hace que este momento sea difícil de aterrizar, pero os garantizo que el final de Escuadrón no deja indiferente, y es una experiencia que merece la pena.
Espero que la retrospección idílica haga que recordéis con cariño el principio de este texto. Deseo con todas mis fuerzas que ahora veáis la lectura con unos ojos un poquito más indulgentes. Que la encontréis como cualquier otra actividad a la que dedicar tiempo para pasarlo bien, y no de otra manera. Creo sinceramente que Escuadrón es un libro que puede ayudar a verlo de esa forma. No limitéis vuestras posibles pasiones por lo que puedan decir otros o por la primera impresión. Aspirad a algo más elevado, reclamad las estrellas.