Le falta «chispa» | Análisis de Mario & Luigi: Conexión Fraternal

Pero ese voltaje le sirve para encender la bombilla más importante: la de un combate y unos comandos de acción a la altura de su legado, verdaderamente divertidos e interesantes, que, gracias a un instante de deslumbre, hacen que no veas que el resto del cuarto está a oscuras.

Sí, lo habéis adivinado. La broma recurrente de este análisis va a ser la electricidad, o todo lo relativo a las conexiones, como mínimo. Y sí, es raro explicar de primeras las broma antes que introducir el juego, pero creedme que vais a preferir reíros ahora, porque después la cosa no va a ser tan divertida.

Mario & Luigi: Conexión Fraternal es un juego de contrastes —o podríamos decir que de corriente alterna—. Por un lado, presentando apartados como el combate o las animaciones que de tan pulidos que están sorprenden, y por el otro, planteando una estructura de juego, un diseño y una exploración que nos harán saltar todos los fusibles dejándonos sin luz. Ya os he dicho que mucha broma no iba a haber.

Hablamos del primer juego de la saga no desarrollado por Alphadream, el estudio que estuvo detrás de las siete entregas anteriores de la saga y de su concepción. Empezando por aquí, os lo digo: se nota. Conexión Fraternal es un título que, pese a querer elogiar, recordar e imitar su herencia, no termina de comprenderla. No la comprende en aspectos más o menos menores, como el hecho de que, en los combates, no podemos usar el botón «B» con Luigi para escoger sus acciones (aunque lo seguimos usando, gracias a Dios, en sus comandos), destruyendo por el camino toda una memoria muscular que los seguidores de la saga llevamos impresa en el cerebro. Pero tampoco comprende su herencia en cuestiones mucho, mucho más relevantes. Pese a llevar Conexión Fraternal en el título, esta es la entrada de la saga que más descuida la relación entre los hermanos. Por primera vez no manejamos a Mario Y a Luigi, sino que llevaremos a Mario, y Luigi nos seguirá, saltará solo, romperá cosas solo y, en alguna enervante ocasión, se quedará atascado y nos obligará a retroceder a buscarlo. Este título rompe así con la idea primordial del doble botón, del movimiento fluido. Donde antes manejábamos a una especie de caballo (primero patas delanteras y después las traseras) ahora controlamos a un muñeco de cualquier juego, convirtiendo lo que otrora fuera un plataformeo y exploración interesantes en unos absolutamente genéricos, que solo salvan un par de muebles gracias a que las acciones tándem siguen existiendo a la hora de explorar los rincones de Concordia. Puede no parecer algo tan trascendental, pero esa falta de unión con el hermano de verde hace de la sensación de juego algo completamente ajeno a esta saga, y eso es un error que no puedo permitir.

Tampoco se salva del desconocimiento de la herencia la estructura más estándar del juego, aunque aquí ya es difícil valorar cuánto hay de incomprensión y cuánto de intentar hacer algo nuevo. Hablamos de, por ejemplo, misiones secundarias. El típico aditivo alargador de cualquier juego de rol, y que, sin embargo, esta saga nunca había necesitado en forma prácticamente alguna. Pues bien, ahora, como en cualquier otro RPG, contamos con una fantástica lista de la compra, con misiones de recadero divertidísimas, con repetición de escenarios y con todo el tedio asociado a esa idea, tan incorrecta y a la vez tan socorrida de «cantidad sobre calidad». Un extraño intento de darle sustancia al juego de una forma que ni necesita ni nunca fue necesaria, eternizando también otras muchas partes del mismo, presentando personajes insulsos a cholón y volviendo aquellos desternillantes guiones de entregas pasadas en bromas extremadamente flojas y diálogos simplones. Cuánto hay aquí de percepción personal y cuánto de sesgo me cuesta decirlo hasta a mí, pero creo que Alphadream hacía juegos más graciosos, punto.

Y, sin embargo, tras todo esto, vuelves a subir los fusibles, le pones la hora bien al horno y ves que la vida sigue. Y es que, como decía, este es un título de contrastes. Mario & Luigi: Conexión Fraternal ha sabido acertar en lo más importante: el combate. La quintaesencia de estos juegos, la verdadera electricidad que hace funcionar estos circuitos está en los enfrentamientos, en los comandos de acción, en esquivar y contraatacar y en los ataques tándem. Decir que estamos ante la mejor entrega de la saga en este aspecto se me antoja peligroso, pues creo que algunos apartados, como los ataques tándem, tienen todavía que mejorar para llegar ahí. Aún así, resulta refrescante ver la vuelta de tuerca que se le ha dado a las acciones básicas del martillo y el salto, resultan refrescantes las mil y una nuevas formas que han ideado para diseñas ataques, disponer espacios para esquivar y preparar las animaciones para contraatacar. Como siempre en estos juegos, cada nuevo combate trivial resulta divertido, siempre con el pequeño juego de ritmo esperando a que lo disfrutes, y todo acompañado por los mejores bailarines, los hermanos que están aquí mejor animados que nunca antes. Y a todo esto se le unen los jefes, algo escasos, pero brillantemente diseñados. Con un uso del escenario que me ha recordado al mejor Persona 5, Conexión Fraternal usa la nueva mecánica de «lógica de Luigi» para crear una historieta única para cada jefe, una forma de abrir una brecha en sus defensas y causarle más daño. No es algo que cambie radicalmente la forma en la que planteamos el combate contra los jefes con respecto a otras entregas de la saga, pero hace que cada uno de estos sea más divertido y especial. Y da gusto ver llegar un buen combate después de hora y media de plataformas soporíferas y mazmorras eternas.

No quería terminar con ese punto amargo, pero mucho me temo que este título no ha terminado de recargar la batería de mi interés. Le falta «chispa», en definitiva, y adolece demasiado de fallos que cambian tanto la experiencia, que hacen de este Mario & Luigi algo que parece provenir de una franquicia totalmente distinta y, más importante, una franquicia peor. No perdono que solo maneje a un hermano. No perdono no poder ejecutar las acciones de Luigi con la «B». No perdono una estructura sosa y eterna. No perdono misiones secundarias baratas. No perdono menús feos y lentos. Perdono poco, la verdad, a un juego que cargaba mucho peso sobre sus hombros, que tenía que dar luz a muchas personas y que, al final, se ha quedado corto de amperios. Pero ese voltaje le sirve para encender la bombilla más importante: la de un combate y unos comandos de acción a la altura de su legado, verdaderamente divertidos e interesantes, que, gracias a un instante de deslumbre, hacen que no veas que el resto del cuarto está a oscuras. Sinceramente, creo que hablamos del peor juego de la saga, pero, por suerte, también hablamos de una de las mejores franquicias de juegos de rol que existe.

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Autor

Por Miguel

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