Un verdadero caballero nunca deja un puzle sin resolver.
-Hershel Layton
Si tuviera un céntimo por cada ocasión en la que un juego de puzles independiente donde recorres una enorme mansión y resuelves rompecabezas resulta ser el mejor juego de ese año, tendría dos céntimos. Lo cual no es mucho, pero es curioso que haya sucedido dos veces.
Huelga decirlo, pero me gustan los juegos de puzles. Es esta una afirmación que, probablemente, he escrito en el pasado, pero es que no me canso de decirlo. Me gustan. Los juegos. De puzles. Hay algo en la satisfacción de resolver un rompecabezas, hay algo en esa sensación estimulante de buscar patrones, probar combinaciones, desentrañar misterios y dar, al final, con la tecla que lo resuelve todo. A nivel estrictamente intelectual, pocos o ninguno son los géneros capaces de producir semejante efecto en el jugador. O al menos, semejante efecto en mí. Blue Prince es uno de esos juegos que, indiscutiblemente, lo consigue. Hace que siempre tengas ganas de seguir jugando. Hace que cada paso, sea siempre emocionante.
Y de pasos va la cosa, precisamente. El barón Sinclair la ha cascado, la ha espichado, ha doblado la servilleta, ha muerto. Nosotros somos, vaya usted a saber por qué, el heredero de su fortuna, su título y, más importante, su villa. Una gigantesca mansión situada en las montañas que cuenta con exactamente cuarenta y cinco habitaciones. Al llegar por primera vez a nuestro nuevo bien inmueble, nos encontramos con una carta manuscrita por el propio barón, donde se nos plantea una exigencia: «si quieres heredar mi fortuna, deberás hallar la habitación 46». Un momento, ¿la cuarenta y seis? ¿Pero no hemos dicho que había cuarenta y cinco? Y así, con esta pregunta y ese objetivo en mente, arranca nuestro camino por la mansión.
Aquí es donde los pasos de los que hablaba antes cobran importancia. Cincuenta. Ese es el número de zancadas que podremos dar por la mansión. Arrancamos en el vestíbulo de entrada, donde se nos presentan tres puertas. Escojamos abrir la que escojamos, el juego nos propone hasta tres habitaciones distintas para colocar. De esa forma, conectamos la puerta con otra dependencia, y así, sucesivamente, vamos completando el plano vacío que compone la villa al principio, con cuarenta y tres huecos que deberemos rellenar, si podemos, con las diferentes estancias que nos pueden aparecer dentro del mazo disponible. Una estructura que resultará familiar a quien haya jugado a juegos de mesa como Room 25 o haya visto las películas de Cube. La gracia aquí, sin embargo, está en la forma por la cual, haciendo uso de esos posibles habitáculos, construimos una ruta hacia una u otra dirección, buscamos recursos en las habitaciones, encontramos puzles, secretos, o todo lo anterior al mismo tiempo. La primera vez que recorramos la propiedad, lo más seguro es que terminemos creando un camino que se cierra sobre sí mismo y acabemos con una mansión que es más bien un chalé. Poco a poco, sin embargo, seremos capaces de entender la dinámica que rige a esta estrambótica finca. Iremos entendiendo las normas que siguen sus habitaciones, crearemos estrategias y nos iremos acercando, cada vez más, a la antecámara, situada en la parte más norte de la mansión, y que será nuestro primer gran objetivo. Cuál será nuestra sorpresa, sin embargo, cuando descubramos al llegar que dicha antecámara está cerrada. Y más grande será aún cuando descubras lo que contiene en su interior. Pero nos estamos empezando a acercar a terreno peligroso, así que dejémoslo aquí. Tendrás que ser tú quien se adentre en sus pasillos para responder estas preguntas.
Con todo esto, se establece el bucle jugable de Blue Prince, que es algo así como un rogue lite de puzles e investigación. Como en cualquier título de dicho género, iremos descubriendo una serie de mejoras para la run y otras permanentes, y, también como en cualquier título de dicho género, será nuestra paciencia y perseverancia lo que acabe dando sus frutos. Veréis, Blue Prince no es un juego evidente en lo absoluto. Donde otros juegos de puzles pueden plantearte un mayor reto, también se te deja claro si puedes o no resolver el problema que se presenta ante ti. Aquí, y manteniéndose fiel al espíritu rogue lite, los desafíos son distintos en cada ocasión, y solo a través de muchas partidas y de conocimiento traspasado entre ellas, iremos comprendiendo qué son esos cuadros, por qué hay figuras de ajedrez o qué dichosa contraseña tienen los ordenadores. La auténtica mejora permanente, es, efectivamente, el saber.
Un saber que se va profundizando más y más a medida que las puertas, los pasillos, las habitaciones y los baños del inmueble del barón van absorbiéndonos más y más. Como digo, no tardarás mucho en llegar a la antecámara, y seguramente la puedas abrir en algún momento. Pero después ¿qué? Ahí es donde Blue Prince explota, literalmente, en posibilidades. Decenas de elementos por descubrir, puertas por abrir, sistemas por comprobar. El juego logra que, partida a partida, el número de preguntas crezca sin parar. Que, con una casi obligatoria libreta en mano, estés siempre escribiendo furiosamente esa combinación, o el lugar donde encontraste por última vez esa palanca rota. El misterio no deja de crecer y de adquirir dimensiones que van más allá del puzle. Y creedme, la madriguera del conejo es todavía más y más profunda. Un poco como la lasaña de la que hablaba videogamedunkey en su vídeo de Animal Well.
Y, al igual que con aquel juego, yo estoy satisfecho habiéndome comido la primera capa. Porque sí, he alcanzado la habitación 46. La he alcanzado tras veintitrés runs y casi quince horas. Y he de decir, que estoy lleno. Empachado, incluso, aunque en el buen sentido. Lo cierto es que el diseño y la estructura de Blue Prince me resultan simplemente cautivadoras. La inteligencia con la que se ha diseñado toda la aventura para que el azar, el ingenio y la suerte se equilibren en un bucle jugable impecable, me sigue teniendo pasmado. Lograr doblegar al juego abriendo habitaciones que no deberías, llegando a lugares a donde antes no te habías ni acercado y resolviendo enigmas que parecían indescifrables, es una experiencia absolutamente memorable. Abrir la habitación 46 es uno de esos logros que voy a atesorar con orgullo. Una prueba de mi paso por la dichosa y cambiante mansión, cuyos recovecos y pasillos ahora los conozco como si yo mismo hubiera crecido en ella. Y sí, es cierto que me he dejado puzles sin resolver. Sé que todavía hay puertas que no he cruzado, cerraduras que no he abierto y cartas que no he leído. El profesor se avergonzaría de mí. Pero, precisamente por eso, puedo declarar y declaro que estamos ante una obra de un calibre tan inmenso en materia de diseño, que dudo que ni un obús pudiera hacerle sitio. Qué difícil es hacer juegos así. Y qué bien, pero qué bien hecho está este. Puede que Blue Prince no consiga cambiar mi juego de puzles favorito, pero sí que ha cambiado otra cosa. Mi nuevo color favorito. Ahora, no os quepa la menor duda, es el azul.
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