Espíritu atemporal | Análisis de Super Mario 64

Super Mario 64 merece todo el reconocimiento del mundo por lo que supuso y supone históricamente, pero lo merece, sobre todo, por ser muy muy divertido.

A principios de la década de los noventa, un —no tan joven pero no muy mayor— Shigeru Miyamoto comenzó a elucubrar acerca de la idea de un juego que fuese como una maqueta. Un pequeño mundo, un diorama, donde poder moverse, saltar, correr, jugar. De esta idea, unos años después, nació el videojuego más influyente de la historia de las tres dimensiones: Super Mario 64.

En realidad, este juego no necesita muchísima presentación. Mario no solo es el personaje más importante de nuestra industria, sino que es, al menos en mi opinión, el protagonista de sus mayores exponentes. No hay una sola lista de «mejores videojuegos de la historia» que no incluya ese o aquel juego del fontanero. Y podríamos discutir largo y tendido el motivo, qué hace que obras que apuntan ya a cumplir los treinta años sigan entendiendo el medio mejor de lo que lo comprenden muchas obras actuales. Para mí solo hay uno verdaderamente fundamental: ser atemporal.

«Tan solo moverlo ya es divertido». Para Miyamoto, algo imprescindible a la hora de crear la primera aventura de Mario para la 64 fue hacer que el control se sintiera bien. Que el mero hecho de mover a Mario en un entorno tridimensional fuese entretenido. De esta idea surge un inicio del juego que todos tenemos grabado en nuestra memoria: una tubería, nuestro poligonal protagonista y el jardín del castillo de Peach ante nosotros. Sin prisas, sin objetivos, sin cinemáticas ni exposiciones. Solo tú y Mario. Un movimiento que, siendo honestos, no está a la altura de los juegos actuales, pero que sin duda sorprende, incluso hoy, por lo bien que se desenvuelve. Por lo, efectivamente, divertido que es hacer que Mario de un salto largo, que se lance con los brazos por delante hacia donde le mandes, que haga un salto hacia atrás. Es un control que cuesta dominar y cuyas imprecisiones hijas de su tiempo se sienten, pero que logra, igualmente, que durante toda la aventura queramos mover al personaje de formas locas, de presumir con ese pseudo-parkour tan rápido y frenético. Al final, lo consiguieron. Tan solo moverlo ya es divertido.

E incluso así, decidieron ir un paso más allá y ofrecer algunos de los diseños de nivel no solo más reconocibles de todos los tiempos, sino unos que se convertirían en piedras angulares que, si miramos bien en los cimientos de nuestros juegos, siguen estado presentes. Hay algo de mágico en ese «Campo de los Bob-Omb», en esas primeras plataformas, esos enemigos que tan bien conoces y que tan distintos parecen ahora. Es de Perogrullo señalar que un Galaxy o un Odyssey superan con creces lo propuesto aquí en cuanto a diseño de niveles, pero os sorprenderá lo único de algunas de sus fases, lo bien guardadas que el juego tiene algunas cartas y la inteligencia que obligaba a sacar las limitaciones de una consola tan antigua. Seguramente ninguno de los quince niveles del juego os duren más de un par de horas, yendo muy despacio. Todas esas maquetas que imaginó Miyamoto no son más que eso, pequeños mundos con unos cuántos retos aquí y allá. Y, sin embargo, nunca sentirás que el mapa es pequeño o limitado. A diferencia de juegos modernos, que proponen quince hectáreas vacías y presumen de tamaño, Super Mario 64 plantea pildoritas concentradísimas, escuetas en extremo y que sin embargo adquieren una dimensión mil veces mayor que un campo de trigo de Elden Ring, pues aquí, a cada paso que damos, hay una idea, una forma de aprovechar ese divertidísimo movimiento, un secreto, un enemigo, una situación. Cada centímetro (cúbico) de Mario 64 está a reventar de cosas por hacer, bien sea buscando la estrella de turno o recogiendo monedas para obtener el astro oculto. Todo, siempre, y en primerísimo lugar, responde a la diversión.

A lo largo de mi vida he jugado a Super Mario 64 muchísimas veces. Lo hice de pequeño, en la versión para Nintendo DS. Lo hice años después emulando una 64 en mi ordenador y lo volví a repetir cuando salió el recopilatorio de juegos de Mario en 3D para Switch. Siempre, en todas esas ocasiones, este juego me había resultado viejo. Con esa cámara insufrible, aquel control rápido pero impreciso, esos niveles enanos y sosainas. Si me lo hubieras preguntado hace un mes, te habría dicho que este es el peor juego de Mario y 3D. Y, a ver, lo sigue siendo. Pero no porque Mario 64 sea malo en modo alguno, sino porque los demás no hicieron más que ir a mejor. Super Mario 64 revisitado otra vez con una madurez y sensibilidad distintas, muestra sus verdaderos colores. Los de una obra divertidísima, con un control que te permite mil veces más acciones que la mayoría de obras actuales, con un diseño fundacional para todo lo que vendría después y con unos gráficos, que, para mí, no envejecerán nunca. Super Mario 64 es, sí, atemporal. De una forma que pocos juegos pueden presumir de serlo. El trabajo de un artesano y de un equipo de los mejores profesionales de una industria, en uno de sus momentos más clave. Super Mario 64 merece todo el reconocimiento del mundo por lo que supuso y supone históricamente, pero lo merece, sobre todo, por ser muy muy divertido.

[100]

Autor

Por Miguel

Deja una respuesta