Y es que, al igual que pasa con tantos otros juegos, pero sobre todo con esos Juegos a los que no puedes evitar ponerles la jota mayúscula, es mejor que descubráis por vosotros mismos todo lo que Lorelei tiene para ofreceros.
Nunca antes, por lo que sea, me había hecho la pregunta de «¿Cuál es mi juego favorito de puzles?». Seguramente nunca me la he hecho porque la saga del Profesor Layton ha copado siempre ese titular. Sí, los juegos de puzles me encantan, es uno de mis géneros preferidos y pocas veces me salto una buena experiencia rompecabezas. Y, sin embargo, como decía, nunca me había hecho la dichosa pregunta. Lo importante, en realidad, no es la cuestión en sí, sino su respuesta. Os invito a uniros a mí en las siguientes líneas para que, juntos, podamos encontrar la verdad.
Lorelei and the Laser Eyes, ya no hace falta ni que lo diga, es un juego de puzles. Sin embargo, no es solo, de puzles. El objetivo del juego, descrito por sí mismo, es «encontrar la verdad». Somos una señora con un estilazo impresionante y llegamos a un gigantesco hotel. Ya os podéis hacer una idea: pasillos laberínticos, puertas cerradas, esquinas traicioneras… lo típico, vamos. Nada más llegar nos encontramos con la candela cerrada, y un labrador más salao que nada en el mundo llamado Rudi nos traerá una carta para que de comienzo nuestra aventura. A partir de aquí, mis labios están sellados. Y es que, al igual que pasa con tantos otros juegos, pero sobre todo con esos Juegos a los que no puedes evitar ponerles la jota mayúscula, es mejor que descubráis por vosotros mismos todo lo que Lorelei tiene para ofreceros. Sin embargo, hemos venido aquí para responder una pregunta, así que, evitando todo lo posible los destripamientos, busquemos la verdad.
Hablando en plata, Lorelei es un juego denso. Sin darte ni una sola indicación, sin guiarte en modo alguno y sin, desde luego, tener la menor piedad ofreciendo pistas, el juego constantemente te planteará problemas, cuestiones, retos e impedimentos que, bien anotados en una lista, deberemos ir resolviendo. Os seré sincero, el principio de este título, sino ahoga, como mínimo marea. No solo el hotel es un lugar enorme que explorar, sino que, de entrada, nos bombardearán con muchísima información y con los susodichos impedimentos con tanto ahínco que nos sentiremos como un cerrajero en una convención de puertas: no sabiendo por donde empezar. Aquí os pido un pequeño acto de fe. Lorelei no es un juego fácil en modo alguno. De hecho, si tuviera que señalarle un único defecto sería precisamente ese, la necesidad de tener un bagaje más que considerable en este tipo de experiencias como para poder hacerle frente. El mareo inicial desde luego no ayuda, y, en cualquier caso, como decía, el juego nunca te dirá si ya puedes resolver un puzle o no, con lo que todo depende de tu ingenio, de tu paciencia, y de tu perseverancia.
Y, sin embargo, ahí radica lo clave de este juego, y la verdadera razón por la cual me he terminado haciendo la pregunta. La inteligencia con la que está diseñado Lorelei and the Laser Eyes no tiene, permitidme la palabra, parangón. Nunca antes había visto un trabajo de diseño tanto en los puzles como en el propio mapeado tan extraordinariamente bien ejecutado y gestionado, haciendo que siempre tengas retos por delante, que la información siempre esté ahí de alguna forma y que, si no lo está, puedas ser capaz de deducir dicha ausencia. De nuevo, insisto en que el juego no nos ayudará de ninguna forma, todo depende de nuestros propios recursos. En este sentido, el propio juego (y yo también) te anima a que cojas papel y boli y te pongas a anotar cosas. Más allá de ser un mero consejo, esta precaución se vuelve imprescindible para ciertos rompecabezas, y aunque el juego cuenta con sus propios registros donde consultar todo lo aprendido hasta el momento, yo, personalmente, encuentro mucho más inmediato y navegable mi propio cuaderno con apuntes. Usando solo eso, tu cuaderno y tu cabeza, irás poco a poco descubriendo conexiones, encontrando patrones, averiguando datos que te llevarán a nuevas conclusiones y, ante todo, desvelando la verdad. En este tipo de juegos el instante más satisfactorio siempre llega en esos momentos de «efecto dominó» donde resolver un puzle da pie a que se resuelvan otros ocho que tenías por ahí pendientes y las piezas empiecen a encajar. Como decía, es satisfactorio, y lo es aún más cuando te das cuenta de que la respuesta ha estado ahí delante todo el rato, que solo tenías que fijarte mejor. Y sí, con «delante» quiero decir tu propio cuaderno. De verdad que lo vas a necesitar.
Solo con eso, con un diseño de juego soberbio, ya estaríamos ante la necesidad de usar la mayúscula. Pero es que la cosa no para aquí. Los puzles per se de Lorelei no son, en la mayoría de casos, nada nuevo. Iteraciones, variaciones o reinvenciones de rompecabezas más o menos clásicos. Dudo mucho que en todo el juego haya un solo puzle totalmente nuevo y distinto a nada que haya visto yo nunca. El tema es que el título no deja el peso simplemente en el puzle en sí, pues aquí el problema muchas veces no es encontrar la respuesta, sino la pregunta. Porque sí, quizá has resuelto el puzle de esa habitación y has obtenido un papel con información, pero la cuestión es «¿Y para qué es ese papel?» Ahí reside la verdadera clave del juego. Cada puzle no es más que un pequeño engranaje en la gigantesca máquina de relojería que compone el título entero. En otros juegos de puzles, los problemas se te plantean de forma secuencial: «Resuelve A y podrás llegar a B. Después de B, haz C.» No tiene nada de malo, ojo, pues si los tres problemas, A, B y C plantean desafíos interesantes, más que bienvenido sea. Layton, precisamente, no es más que eso. Lorelei, sin embargo, no te propone una lista de problemas, sino toda una historia por desentrañar. Porque sí, además de resolver puzles y de darle al coco, vamos a leer. Y a leer mucho.
La historia de lo último de Simogo es, como en muchos otros juegos de este género, más bien críptica, más bien difícil de seguir, y, en general, más bien extraña. Dentro de un lío de años, personajes, leyendas y ordenadores, tendremos que ir separando todos esos fragmentos de una historia totalmente descompuesta, cuya recuperación está a nuestra merced. Lo cierto es que al principio uno no se entera de nada, la verdad, pero poco a poco esas fechas recurrentes, esos nombres que aparecen en tantos sitios y esos símbolos tan comunes empiezan a formar parte de ti mismo. Son especialmente brillantes, en mi opinión, los rompecabezas que, directamente, carecen de pregunta. Por poner un ejemplo, algunas puertas del hotel se abren con candados cuyas combinaciones son números romanos. En ningún lugar del juego se nos va a decir qué número abre esos candados. No hay pregunta. Es nuestro trabajo, viendo cuántas posibles cifras tiene dicha cerradura, ver qué año de los relevantes dentro de la trama puede encajar ahí. Respuesta sin pregunta. O respuesta supeditada a la narración, si lo preferís. Lo que nos cuentan no está aquí para dar un mero contexto al rompecabezas. Lo que nos cuentan forma parte de los rompecabezas. De la, de nuevo, gigantesca máquina de relojería. Un diseño de puzles brillante por un lado, unido a una historia y contextualización que los engrandecen por otro, dan pie a una combinación que yo solo había visto en otro Juego antes (ojo a la jota): Outer Wilds. Y ya sabéis que el nombre de Dios no debe mencionarse en vano.
Ha llegado el momento. Ya hemos encontrado la verdad y podemos responder a la pregunta. Por supuesto, no montaría este numerito si la conclusión no fuera la evidente. «¿Cuál es mi juego favorito de puzles?» Pues no otro que Lorelei and the Laser Eyes. Nunca antes un juego de puzles me había mantenido tan pegado al escritorio, recorriendo frenético las páginas de mis apuntes mientras intentaba entender qué me estaban pidiendo. Nunca antes un juego de este género me había proporcionado momentos «¡Eureka!» como lo ha hecho este, con tantísima intensidad. Nunca antes un puzle me había aparecido en sueños (esto no es ni una broma ni una exageración) de la absoluta locura que el juego me había inducido. Y nunca, pero nunca antes, un juego de puzles me había dejado tan vacío al terminar. Normalmente llegar al final en estos casos representa la resolución definitiva, la victoria de tu intelecto frente al juego. Y aunque esa sensación de triunfo sin duda está presente, y sin duda es una casi mayor que ninguna que haya sentido antes, lo que realmente me queda dentro es una pena gigantesca por saber que, como decía la canción, «Lo que pasó, pasó, entre tú y yo.» Sé que voy a sonar manido y repetitivo, pero, joder, ojalá pudiera borrarme la memoria y volver a empezar a disfrutar de este JUEGO, al que, ya total, le pongo todo en mayúsculas. Hemos encontrado la verdad, y, personalmente, dudo que esta cambie, sino nunca, en mucho, mucho tiempo. Espero que tú, querido lector, descubras también algún día los misterios que aquí habitan. Y no te olvides de verlo todo a través de los ojos láser.
[100]