El tiro de tu vida | Análisis de Many Nights a Whisper
El fracaso es la medida de una vida bien llevada. Y la única forma de vivir sin fracaso es no servir de nada a nadie.
Juramentada, Brandon Sanderson.
Producir emoción, sentirla y experimentarla. De eso va la vida, al final. Para bien o para mal, estamos siempre en uno u otro estado anímico, con unas u otras ganas o con uno u otro carácter. Emoción, medio y fin a partes iguales, fundamento básico de todo los que nos hace ser como somos. Es esa auténtica emoción la que he sentido al disparar, por última vez, en Many Nights a Whisper.
Lo nuevo de Deconstructeam, que os sonarán por el simpático señor de la barba, aquel juego del bar con luces de neón o las cartas esas del tarot tan bonicas. Un estudio del que necesariamente sentir orgullo por aquello de la patria, sí, pero al que hay que prestar especial atención también por su infinita sensibilidad. Una sensibilidad que los lleva a producir algunas de las ¿experiencias? ¿juegos? más decididamente fascinantes y especiales de nuestro medio, que nos invitan a reflexionar con una profundidad poco habitual y que, siempre, nos consiguen emocionar. Este Many Nights a Whisper es, como él mismo se define, un «breve ensayo interactivo». Uno acerca de las expectativas, los sueños y la presión. Encarnamos a Itziar, una adolescente punki como la que más elegida para ser la soñadora. Su papel consiste en escuchar los deseos de la gente, juzgando si estos se deben cumplir o no. Llegado el día, tendremos una única oportunidad para disparar una piedra con nuestra honda. Si dicha piedra cae en un enorme brasero situado en mitad del mar, todos los deseos que hayamos admitido se harán realidad. Si fallamos, sin embargo, ningún deseo de nadie se volverá a cumplir jamás. Sin presión.
Así de sencillo. En su poco más de una hora de duración, Many Nights a Whisper solo nos pedirá eso: escuchar y admitir o no los deseos de nuestros vecinos y practicar con la honda para que, llegado el momento, no la caguemos. Porque tendremos miedo, mucho, pero mucho miedo, de cagarla. Ahí está la clave de esta pequeñísima experiencia. En hacer que tú dispares. En hacer que seas tú, y que sea tu criterio personal el que hace que aceptes o dejes de aceptar los deseos de las personas. ¿Aceptarás aquellos deseos altruistas y filántropos? Si alguien desea el mal para otros o para sí, ¿aceptarías su deseo? ¿Permitirías que alguien pueda vivir para siempre libre de dolor y de conocimiento? Todas y cada una de estas preguntas pasan por la mente de la soñadora —y sí, por la tuya— a la hora de decidir. De ahí que nuestra conexión con esos deseos sea más profunda, más personal. Las personas que los soñaban han depositado su confianza, su fe y su esperanza en nosotros. Han depositado tanto, de hecho, que nos empiezan a temblar las rodillas.
Un tembleque que se ve multiplicado por mil a la hora de la verdad. Cuando por fin llega el momento de lanzar la honda. Un único disparo, una sola oportunidad. La emoción de la que hablaba al principio aquí adquiere un carácter superlativo. Me han temblado las manos, me ha atronado el corazón en el pecho y he cerrado los ojos después de disparar. Tal es la expectativa, la presión, la angustia por saber que una única decisión, un único momento, puede definir tanto en el mundo. Es esa misma emoción, nacida de la conexión con el mundo y con la premisa de Many Nights a Whisper, lo que hacen que esta experiencia de apenas setenta minutos se vuelva más memorable que otras de treinta horas. La pasmosa facilidad con la que Deconstructeam logra que empatices con la protagonista, con su mentor o con el mundo que te rodea, nacida de una soberbia escritura y de una implicación mayúsculas, es, sencillamente, irrepetible.
Igual de irrepetible que ese último tiro, que esa única oportunidad. Imagino que os estaréis preguntando si yo he errado o no el disparo. Quién sabe. La cuestión, al igual que con los deseos, no es lo que los demás hagan u opinen. En lo que tú hagas y opines. Se me ocurren bastantes ejemplos de juegos que «hay que jugar uno mismo para entenderlos». Y, sin embargo, no se me viene a la cabeza ninguno que «hay que jugar uno mismo para sentirlo». Ese sentimiento, esa emoción, que nace de estar tú, solo, frente al brasero y la expectativa. Y por nada del mundo os arrebataría la oportunidad de vivir esa experiencia en carne propia. Si tuviese que ser yo la persona que colocase su trenza en el confesionario de la soñadora, pediría que todo el mundo estuviera ahí. Pediría que todo el mundo haga el tiro de su vida.
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Filed under: Reseña - @ 01/05/2025 16:56